El alma de las ofrendas: rediseñando la tradición con flores de temporada.
El Día de Muertos es una de las festividades más hermosas y conmovedoras de México. Más que una fecha, es un ritual que celebra la vida a través del recuerdo de quienes ya no están. Y en el corazón de esta tradición, las flores, en particular el cempasúchil, son las verdaderas protagonistas. Su intenso color naranja y su penetrante aroma son la guía que une al mundo de los vivos y de los muertos.
Si bien la ofrenda tradicional tiene su propio encanto, el diseño floral nos permite rendir homenaje a esta tradición con un toque de modernidad. Más allá del clásico florero, podemos crear arreglos que cuenten una historia personal. Por ejemplo, podemos combinar el icónico cempasúchil con flores de temporada como las celosías (terciopelo) de un rojo profundo, las nubes blancas y etéreas para dar ligereza, o incluso utilizar follajes con tonos rojizos que nos recuerdan a las hojas secas de la temporada.
La clave está en la intención. Cada flor en la ofrenda tiene un propósito. El cempasúchil ilumina el camino, la nube representa el alma y el incienso limpia el aire. Al igual que en las obras del artista mexicano Rufino Tamayo, que fusionaba el folclor con el arte moderno, podemos reinterpretar estos elementos para crear un diseño que sea a la vez respetuoso con la tradición y único en su expresión.
El Día de Muertos es, en esencia, un acto de amor. Y no hay mejor forma de expresar ese amor que a través de la belleza y la efímera vida de las flores, que nos recuerdan la fragilidad y la belleza de nuestra propia existencia.